Fecha: 23 de Abril de 2018
Cambio de hábitos tras el susto.
Debajo de la camiseta, a la altura del corazón, lleva pegado un parche que fue gris; ahora era un adorno a modo de tatuaje o pegatina, lo había decorado con dibujos coloreados. Le habían dicho, cuando le pusieron el parche, que no volviese a fumar, decidió entonces emplear el tiempo en dibujar. Siempre había hecho, según él mismo decía, garabatos sobre papeles, bien a lápiz, bolígrafo, ceras, tizas…, sacando de dentro eso que mostraba. Parecían ciertos sinsentidos a primera vista, algo sub-realista difícil de contextualizar, pero sus explicaciones causaban entusiasmo en él, y en quien le escuchaba mientras observaba sus obras. Era algo que practicaba muy de tarde en tarde, tenía que encenderse su inspiración, no se ponía en espera de que le llegase la inspiración, como hace ahora, le asomaba algo a su estómago que le sacudía y se ponía manos a la obra. Entraba en un éxtasis eufórico, que hacía que sus manos no parasen de trazar, difuminar, borrar, manchar y, a veces, colorear.
Llevaba pegado a los labios, casi de forma constante, un cigarrillo. Formaba parte de su silueta, igual, aunque no tan pegado, estaba el vaso con vino. Dos elementos que hacía mucho tiempo, había añadido a su rutina habitual, necesidades creadas y vueltas imprescindibles, unos placeres que se volvieron vicios, que fueron minando con lentitud su fortaleza, disminuyéndolo, haciendo de su vida un achaque en altibajos, entre toses, ahogamientos, nauseas, ardores de estómago, de páncreas y pinchazos en el corazón. Como eran situaciones pasajeras, incómodas, pero pasajeras, no encontraba suficiente motivo para poner coto a ese despilfarro de salud, gastándola sin ningún miramiento, sin control alguno: “estoy como un roble”, se decía, más bien se engañaba, y seguía con su rutina de cada día: desayunaba un café negro con un cigarrillo, se aseaba, hacía cuatro cosas por casa y salía a dar un paseo por el muru de la playa con su perro Kiko. Se encontraba con amigos y conocidos, a éstos los saludaba, con los otros se entretenía comentando sucesos de ambos o de amigos comunes: “Ramonín ya ye güelu”, “vi a la Rusa y, vaya buena que ta tovía”…, esos encuentros acaban acercándolos al bar, a tomar un vaso, a charlar más largo y distendido sin prisa por nada. Hace tiempo que está prejubilado, tiene todo el tiempo para sí, hay pocas tareas que le llenen el día, por eso el ocio del bar: beber, fumar, charlar, reír, junar…, son la mayoría de las mañanas, más de media cajetilla de tabaco y, mínimo, una botella de vino a vasitos, con algún bocado de pinchos. Las tardes no difieren mucho de las mañanas, son incluso más extensas y abundantes en humos y caldos hasta que aparece la luz artificial, momento de retirada, salvo imprevisto.
Había sido mucho tentar, mucho exceder, sobrepasar lo racional. Esta vez el pinchazo fue muy agudo y prolongado, el aire no le llegaba, sintió pánico, se ahogaba y perdía la visión, no le salía la voz, sintió un sudor frío y se abrazó a una persona que estaba a su lado, que sorprendida, palideció mientras sujetaba como podía y pedía ayuda. El azar quiso que estuviese allí quien supiese los pasos a seguir en trance semejante, mientras se desplazaba una ambulancia para hacerse cargo y trasladarlo al hospital. En su inconsciencia no padeció la angustia, la sufrió su mujer que fue avisada en su centro de trabajo y, llorosa corrió a su encuentro temerosa de encontrar un cuadro trágico sin solución, un desenlace fatal era más que probable, cuantas veces se lo había dicho y otras tantas él había prometido que se cuidaría. Esta vez la balanza daba margen a enmendarse, permitía a sus ojos encontrarse de nuevo y sonreír, a hacer la última promesa. Empezar un tiempo extra concedido por la sabiduría de la naturaleza, un nacimiento a partir de los cincuenta y tres, la ventaja es que naces con experiencia y no necesitas pañales.
Le llevó, su mujer, cuadernos grandes de papel barba y lapiceros, ceras, tizas, carbones, algodones, para que empezara por placer y se convirtiera en vicio, que cambiara las cosas que tenía en la mano por las que había tenido y le causaron el acercamiento al precipicio del que no se vuelve. Renació el amor, AMOR, por todo. Fue pausado pero inexorable, en conciencia y conocimiento, su perfil había cambiado, su respiración y sensaciones eran nuevas y profundas. Siguió, frente al espejo, retocando los colores del parche pegado en su piel a la altura del corazón, antes de ponerse la camiseta y salir con Kiko a pasear por la arena, cerca de las olas, respirando esa carga que trae la mar y que purifica los pulmones, y mirando al horizonte sonríe agradecido.
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