El camino es un soplo, un blues...
¿Qué es tener la razón?, ¿qué es ser, desde la razón?, Tanto pensar, tanto pensar..., se llega a no sentir, a vivir en el miedo a cualquier decisión. Paralizado ante el paso a dar, recapacitando lo largo del paso, si será firme el suelo donde pisaré, si será adecuada la dirección, las ventajas, los inconvenientes..., qué dolor tan grande, un martirio que no tiene fin, y ¿por qué?, ¿a qué tanto análisis?. El tiempo no se detiene, nada se detiene, así que debo usar la intuición y el bien hacer, dejarme de temores, de mediciones absurdas y, caminar: dar pasos. Veré si fueron o no acertados, pero primero he de darlos sin ningún miedo, poniendo el corazón, queriendo darlos, convencido de que son los que quiero dar, porque los siento en mi.
Me cuesta sacar mi lado femenino a vivir el día, lo encorseto en estándares creados desde hace muchos años, en el pensamiento racional y medidor. El adiestramiento fue tenaz y progresivo, pasando reválidas temporales, para dejar de lado la expresión de los sentimientos, las sensaciones de vida, haciéndome creer que lo correcto y veraz era la forma en que adquiría los conocimientos y las conductas. Pautándome en un rigor sin flaquezas, en una rectitud sin melindres ni flojeras, tales eran las expresiones de los sentimientos, de esas emociones incontroladas que se querían desbocar, se desbocaban, ante situaciones de índole diversa que afectaban al ánimo, al alma. Gestaba dureza y frialdad haciendo habitual mirar distanciado, atrofiando los sentidos, cortando de raíz lo más auténtico del ser humano: plasmar el sentimiento, viviéndolo en todas y cada una de sus múltiples expresiones, sentir que siento.
Sabía que existía, alguna vez lo disfruté, pero tan arraigado el método estaba en mi, que prevalecía, y dominaba cualquier intento subversivo, sometiéndome a la conducta fría y calculadora, sin apenas margen para tomar impulso y saltar la barrera. Constantemente estaba ahí la rectitud con su látigo, con sus principios y valores para hacer del miedo el aliado perfecto. Miedo al rechazo, censura, exclusión, discriminación..., todo estaba en el mismo lote, y más, para recordarme lo débil que sería si mostraba mis sentimientos, si me guiaba por ellos, alejándome del raciocinio lógico que moral y hombría reclamaban. Aprendí a ser cobarde, a ejercerlo, buscando evasiones que me permitieran vivir con un grado de felicidad, ficticia, pero felicidad. El vértigo de compromisos adquiridos me llevó a no pensar, solo actuar, trabajar para construir una familia al uso, un hogar que sería idílico, ese era el planteamiento, no el pensamiento puesto que no lo pensé, me limité a seguir los pasos que me marcaban como lógicos y correctos y que acepté, en mi ignorancia, en mi mal interpretada valentía. Caminé con orejeras sin interrogarme, surcando y surcando..., llegué a un punto que la tierra que araba desaparecía, notaba un erial cercándome, quitándome las fuerzas y abatiéndome. El miedo se apostó en otra variable: vivir era vegetar, subsistir sin objetivos, procurando mantener los compromisos sin apenas implicación, era soltarme y dejarme arrastrar por la corriente hasta llegar al mar, que es el morir, por un río que decidiría, el mismo, su longitud, la espera vacía, el tiempo a recorrer sin ilusión, desprendido, abandonado de mi mismo y alejado.
Checafe