Un paseo bordeando el río infierno
Un domingo de verano sin que luzca el sol, nubes y empezando a orballar, nos aventuramos a caminar por la naturaleza, nunca mejor dicho, con un paseo, bordeando un tramo del río Infierno. Ni tarde ni temprano, una hora de media mañana. Preparados con calzado y vestimenta para andar por caminos húmedos y pedregosos,pero de fácil transitar. En el punto en que iniciamos la ruta hay un área recreativa, muy ámplia, con abundantes bancos y mesas donde descansar y reponer fuerzas, o simplemente llevar la comida y disfrutar deleitándose con el paraje que lo encuadra.
Cruzamos un puente, ya en madio del puente intuimos la belleza del río que vamos a seguir, y estamos en la margen derecha del río. El orballo es compañero de viaje, al igual que la niebla, que juega a escondernos las montañas, sin bajar a envolvernos a nosotros, y le da al paisaje un tono gris vivo en las alturas y, brillo rociado a la vegetación, de amplia gama de verdes, con algún ocre de los helechos ya mústios, pareciendo manchas de barro en algún prado.
Se va empinando el camino que ya recoge algunas hojas de árboles tempranos en desnudarse; el primer tramo es abundante en avellanos silvestres, los llamamos avellanos machos, con robles y castaños en menor medida, nosotros vamos cogiendo altura y el río se ve allá abajo, por momentos se torna remanso, pero la mayor parte viene desbocado, siendo de pequeño caudal, creando rápidos entre los pedruscones y haciendo cascadas; armonizando el paisaje como parte de la banda sonora, aún siendo el protagonista de esta senda.
Las aves también marcan sus notas, aunque con lluvia fina, se dejan escuchar menos, se añaden campanillas y cencerros de animales domésticos, vacas, caballos, y ladridos de perros que cuidan fincas o, están de excursión con sus dueños. Sonidos resaltando el silencio místico. Todo en un gran respeto por lo inmenso del entorno. Nos hace ver lo pequeños que somos; la belleza por doquier, permite que, posemos donde posemos los ojos, sea un estanco de placer y de paz.
Siendo la naturaleza tan salvaje en su muestrario, los robles y castaños son más abundantes y de longeva vida, sus troncos los delatan, las hayas empiezan a asomarse a medida que vamos subiendo, sin ser muy empinado el camino, los helechos y las zarzamoras a los lados de la senda, son la base de la que parten estos majestuosos árboles, hasta llegar a zonas altas en las que están las aristas rocosas de las montañas.
El río Infierno parece que nos vigilara, sin darnos cuenta, está casi a nuestra altura, recogiendo aguas que, de una montaña, salta en cascada vertiginosa de más de cuarenta metros.
Son tantos los dibujos que con su caudal forma sin cesar, que alimenta las rocas y troncos estancados en su lecho, con un musgo de diversos espesores y tonalidades, con pozas con sus remolinos, sus curveos y ramificaciones, sus cascadas sacando plata burbujeante, su ronroneo... .
Llegamos al punto en que su nivel y nuestros pies, están en la misma altura, fue un trayecto ámplio y boscoso, descansamos unos instantes en esa quietud, recreándonos con los sonidos, dejándonos arrullar, con humildad, por la belleza natural que nuestros ojos degustaban; emprendimos el regreso con la satisfacción de una purificación de todos los sentidos, eso nos dió el río Infierno.
Checafe