Recurro a mi para verme y reeducarme
En el transcurrir de días, me encuentro en otra dimensión, no hablo de ficción, otra manera de vivir en la simple y pura verdad, algo tan sencillo que me parece increible. El hecho de no practicar un método, incluso de desconocerlo, hace difícil el aceptarlo y ponerlo en el hábito cotidiano. Aceptar lo confundido y erróneo de mi actuar es duro, cuesta mucho ver la soberbia anidada en el coco, batiéndose contra todo lo opuesto, razonando en la disculpa para que parezca la verdad más concluyente. Solo el amor es puro, si no lo es, no es amor, se llamará de otra manera. Es la verdad, es la vida en su cotidianeidad la que te da la oportunidad de ver los colores naturales, con la luz que reciben y desprenden, sin artificio, haciéndonos partícipes de cada instante: Cada instante es vida, somos vida, somos instantes llenos de colores, con una gama tan ámplia que no tiene fin. No podemos imponer el colorido, sería mentir, sería no vivir, el amor saltaría fuera de nosotros, nos abandonaría dejando un sitio para otro sentimiento, un hueco que llenaría, casi sin darnos cuenta, el dolor. Después de tanto caminar, el calzado y el camino eran una dirección, sin interrogante ni cuestión, ir, ir, ir, dejarse ir, creyendo que estar vivo y vivir era eso. Encuentro un manantial, sin saber que existen los manantiales, me pasmo con su valía, con su belleza, con su sencillez, algo me conmueve cuando me veo reflejado en sus aguas, que parecen llamarme, querer saciarme, lavarme, contagiarme de su generosidad, despojándome de la sed de mal que me acompañaba. Beber y embeber todos los días de ese descubrimiento hace que tenga más fuerza, más claridad en los pasos a dar, en ver la igualdad entre mis semejantes, y resto de seres vivos que compartimos los mismos tiempos.
Checafe