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Fecha: 22 de Febrero de 2018

Tomamos decisiones apresuradas

Es así, no tiene vuelta, por mucho que quieras verlo de otra manera no es más que marear la perdiz. Todo tiene su causa, sucede por algo, seas consciente o no del alcance del hecho. Actuamos impulsivamente en multitud de ocasiones sin ver el calado de nuestras conductas, vemos una vertiente, a veces ni eso, sin reparar que otros ojos, en otra disposición, calibran de modo diferente, con objetividad pasmosa, dejando evidencia de los puntos controvertidos que suponen ese actuar arrebatado. Motivos habrá para analizar qué nos llevó a ese comportamiento, ese movimiento que no suponía trascendencia alguna, por no tener sobre él más que una visión unidireccional, sin una pausa de mínima reflexión y, convencidos de no tener mayor enjundia. No es así la realidad, la verdad. A poco que rasquemos esa superficie que muestra, veremos si descascarilla o permanece firme a cualquier erosión, si resiste esa prueba del algodón, y permanece inmutable o, se cae como castillo de arena con un simple soplido.
Tenemos muchas prisas y de diversas categorías, aún sabiendo que son malas consejeras. Es nuestra cultura, costumbre, la falta de adaptación del tiempo a la sucesión de los hechos, pensamos tarde, eso cuando pensamos, pero actuamos sin valorar la repercusión de nuestros actos. Nos creemos en la normalidad "plana", porque lo que hacemos no implica error, mentira, sin ser conocedores, por vagancia, del eco "real" que lleva, y que sería obligatorio el ponerse en el extremo contrario para analizar hasta que punto estamos en la normalidad o muy lejos de ella. Esa lucha contra la normalidad es exigente, combativa y de mucha constancia, llevamos mucho tiempo, siglos, con unas conductas tan enraizadas, con tanta convicción, que hasta absurdos, nos parecen verdades como puños, por el mero hecho de no dar un resquicio al análisis, a la comprobación de sucesos que nos resultan sospechosos pero que las prisas no nos dan tregua para ponerlos en un brete y poder revocarlos. Serán temores o miedos infundados que no sabemos que viajan con nosotros, que forman parte de nuestro carácter y los asumimos sin remedio, aunque nos frenen o condicionen para hacer planteamientos, para caminar en la franqueza, saboreando la verdad con sus patas cortas, con una corteza a prueba de cualquier rascadura. Esos temores hemos de vencer, de quitarlos de en medio a fuerza de aceptar la realidad sin prejuicios y con naturalidad. Si toca sufrir, se sufre, si es ser feliz lo que toca pues sin ningún temor. Lealtad hacia uno mismo, ser valiente para llegar a la humildad, esa exenta de miedos, temores, dudas, falsedades... reconocerte insignificante, tanto como las demás criaturas, y sentirte libre en tu singularidad. La sonrisa en los ojos y el sentimiento en el estómago, harán plácida la vivencia diaria de uno para si, y para quienes le rodean.
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