Fecha: 04 de Enero de 2018
Ocurre que nos sorprende y desconsuela
Y tantas veces que no es así: deliciosamene salvaje. Frustra y agota, impregna una sensación de impotencia y rabia que trasciende, fatigando la mente. Es un querer, con los sentidos puestos en el acto : las manos acarician o aprietan sin detenerse, apenas momentos, en puntos que requieren más su presencia, mientras los ojos entrecerrados admiran la belleza, la hermosura del cuerpo, que está siendo besado, comido con violenta ternura, y la nariz alimentada de todos esos olores que el cuerpo desprende cuando se enciende, cuando escucha el jadeo al respirar, los susurros y gritos a que nos lleva el encuentro de nuestras pieles. Todo ese querer, en un escaso tiempo de agite, es un no poder : todo el vigor del miembro, erección dura que satisface, se torna en flacidez desconsolada, la pérdida del control sobre ese centro, es inexplicable e inexorable. Sigue el cuerpo bombeando en el afán de revitalizar, de que el placer continúe a pesar de la menguada verga; el frote, el roce mantiene ese gustazo añadido al resto de los sentidos. Es querer y no poder, sin saber con certeza a que se debe, dónde estriba el punto que lleva de una situación a otra. Es momento amargo que se asimila con síndrome incluido, la ciencia trata de explicarlo de multiples modos y, la psicología añade vertientes internas, que desembocan en un hatajo de traumas, de diferentes calados, como significado a algo que, de momento, no se le encuentra solución natural, sí una composición química en forma de gragea; es efectiva y soluccionadora de este despropósito, incluso va más allá de lo que entendemos por un encuentro deliciosamente salvaje.
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