Fecha: 04 de Julio de 2022
Divertida tarde con una niña, jugando en casa.
Infancia en domingo tarde
Sale a recibirme, con una sonrisa cautivadora y con ímpetu por abrazarme, le doy un montón de besos y la subo a mis brazos, la achucho, es tan grande la alegría que me produce, definición de la felicidad, ha aprendido a decir: te quiero mucho, y lo hace con cierta ternura, casi conociendo el significado de lo que sus labios pronuncian, saludo a los padres, me siento y empieza a jugar conmigo, a darme muñecos y juguetes para que participe. Ya se le va entendiendo la mayor parte de lo que habla, pero me gusta cuando hace los verbos regulares, todos regulares: hació, ponió, y demás. No se los corrijo, me gusta esa naturalidad y seguridad de saberse entendida y de saber comunicar. Un libro de colorear con páginas grandes, lápices de colores, una sillita de su tamaño frente a mí, tenemos que pintar los dos, ella decide los colores y un trozo tú, un trozo yo. No se sale de las líneas que delimitan el dibujo, las distintas figuras dentro de la hoja, incluso, dentro de una figura, las diferentes partes de un animal, por ejemplo. Es inquieta, mientras hace una cosa, creo que piensa en otra, me deja pintando y se pone con otra cosa, la deja preparada para, cuando dejemos de pintar, ponernos con ella, los dos, ahora soy su compañero de juegos. Se reanuda la carrera de los coches, estamos algo atravesados delante del televisor, nos vamos para su habitación, le viene, de alguna manera, el recuerdo de jugar a la pelota, al gol lo llamaba, con una pequeña, algo falta de aire, nos dedicamos a meter gol en una caja de cartón con un lateral hueco. Quería jugar al regate, pero lo hicimos poco, yo temía un posible percance con la esquina de una mesa, a la hora de correr no mira y podía darse contra ella y hacerse verdadero daño. Encima de la cama sacó una casita de juegos, con los utensilios de cada estancia, además de muchos muñecos de diversos orígenes y tamaños, sin llegar a ser muy grandes. Volvimos otra vez a la pelota, y subimos a la cama para contar alguna batallita con los muñecos, uno era papi, otro mami, ella otro, y a mí, belito, me asignó otro. Me mostró unos libros suyos de cuentos, entonces aproveché para que leyéramos los dos juntos uno de dragones, son letras y dibujos, se va creando una frase y, en la mitad, aparece un dibujo que es lo que ella pronuncia, se siente contenta, incluso añade lo que piensa. Es hora de sacar la bicicleta, sin pedales, para dar un paseo, la empujo unos tramos, para que sienta el disfrute de ser desplazada, que sería lo suyo. Me dice que ahora me toca a mí, se queda perpleja cuando cojo la bici y la coloco entre mis piernas, y queda suspendida del suelo, y me pongo a caminar, se ríe y me dice que así no es, pero le digo que estoy sentado en el sillín de la bici, que es ella la que es pequeña, pero que yo voy en bici, se ríe más porque me entiende pero no lo comprende, piensa que estoy loco y le hace gracia. Viene con la merienda, una manzana hecha gajos, la va comiendo sentada encima de la cama, mirando el libro que habíamos leído, recordando las figuras, que aparecen en una hoja al final, para que se sepan todas las que aparecen, por su nombre, y buscamos otras que no aparecen en la lectura, pero sí en los dibujos grandes. Sentado a su lado, mientras hace algo, a su aire, me doy cuenta de lo que ha desarrollado, crecido a todos los niveles, maravilla de sensación, esa independencia tan grande que muestra en estos momentos, a la vez, tan tiernos. Me apetecería comerla a besos, pero está tan en lo suyo, que rompería el encanto por pura satisfacción personal, y ya lo que estoy sintiendo es inmenso, no lo quiero dejar pasar, lo meto dentro de mí, son esas fotos, pequeños videos, que no están en ninguna plataforma digitalizados, no, son soportes de mis sueños y recuerdos, esos que me ayudan a ver el mejor sentir de la vida. Cuando algo me encorajina, recurro a estas situaciones de placidez y verdad, a la sanación por el amor, la inocencia: desconoce verdad y mentira. Le insinúo que me tengo que ir, me dice que me quede a dormir, en el sofá de la sala, pregunta si va a venir mi mamá a buscarme, le digo que ya no está mi mamá, que estoy solo pero no tengo ningún miedo, que en casa tengo compañía, pero estoy en mi cuarto solo, también juego, como tú, pero con otros juguetes, juego a leer libros gordos, de los que te enseño cuando abres mi mochila, ¿te acuerdas?, sí, y veo las fotos tuyas que me mandan papi y mami, escribo en el ordenador, hago eso en casa y me divierto. Lo estamos pasando bien y ella tiene una sudada de no parar, me ha colocado una de sus diademas para recogerme el flequillo y que no me moleste, igual que ella, luego los intercambia, la suya me la pone a mí, y la que llevo yo, se la coloca en su cabecita, quiere ajustarme una pulsera, de hilos de colores, que tengo en la muñeca y la llevo floja, es como me gusta, pero ella, que también tiene, cree que tienen que ir más ajustadas, al igual que las suyas, al explicarle que me gusta así, me mira y lo deja. Pone pucheros al recoger yo mi chaqueta y paraguas, pero le hago el avión un par de veces y se queda encantada, me dice que me quiere mucho, un abrazo con toda su fuerza y besos, la aprieto contra mi pecho y la lleno de besos, pinchas me dice, por las barbas.
Chema