La mente puede mucho
Fuego era todo lo que veía. Llamas bordeando casas, coches, árboles... aquello que miraban sus ojos tenía halo flamígero. Se frotaba la cara, como lavándose sin agua, pero no desaparecía la visión. Extraña situación, rara sensación, novedosa irrealidad. ¿Qué sucedía realmente?, se miró manos y pies, todo el cuerpo de arriba abajo, no tenía ni una velita prendida en sí. Excrutó, agudizando la mirada, con esmero, cada movimiento en rotación sobre sus pies, dando una vuelta, como aguja de reloj, percibiendo que algo se interponía, apenas perceptible, separándolo de la realidad ardiente. Estiró su brazo, palpando, dió un paso, luego otro, otro... su mano hizo tope con algo que no veía, pero lo frenaba.
Caminó en otra dirección y, al cabo de unos pasos, se encontraba con un muro invisible pero cierto: no avanzaba más alla. Miró al cielo viendo una cúpula alta, clara y resplandeciente, movió sus piés y notó la ausencia de huellas en el suelo. ¿Estaré muerto, visitando el infierno?,¿seré fruto del sueño de un extraño?, ¿de mi propio sueño?.Todo eso pasaba por su mente, incluso muchas más preguntas. Tomó carrera y se lanzó, en un salto, hacia las llamas cercanas, algo desesperado; estampado contra lo invisible, sin ningún daño, lo intentó de nuevo, con el mismo resultado. Su impaciencia aumentaba, una tensión nerviosa se apoderaba de él, jadeaba más que respiraba, la mente empezaba a traicinoarle. El fuego era tan intenso, ahora, que solo eran llamas sin contorno alguno.
Cerró los ojos, aspiró profundamente llenando el estómago, lo expulsó, aspiró de nuevo, esta vez llenando los pulmones, espiró suavemente; repetidas veces lo hizo, con los ojos cerrados, muy lentamente fue abriendo los ojos, casi una rendija, manteniendo esa respriración acompasada que templaba la ansiedad. A través de ese filtro de pestañas, el resplandor aflojaba su intensidad. Decidió sentarse como un buda, cruzó sus piernas recogidas y, posó con relajo sus manos, boca arriba, sobre sus rodillas. Con suavidad dejo caer sus párpados, ocupando la oscuridad su visión, el respirar era ya el latido del corazón, el primer latido de la vida, su mente se vaciaba, escapaba a cualquier estímulo. Desde su centro iba expulsando todas las sensaciones que , acumuladas, llegaron a angustiarle, vió como salían resbalando hacia el suelo, como crecía una mancha entorno suyo, cada vez más grande y más..., hasta llegar al tope que a él lo había frenado. Permaneció tiempo indefiido, no sabría cuanto, sentado en la misma posición, incómoda al principio, entrando en lo más profundo de su ser y, escarbando cada milimetro, puliendo hasta relucir, apareciendo una llamita que tintileaba al ritmo de los latidos, suaves y acompasados.
Sintió como la mancha había recubierto la esferaburbuja en la que, descubrió, se hallaba, como con su calma había creado un vacío interno y lo había sacado fuera de sí, como una paz se apoderaba de él y la llama interior no quemaba, ardía creando, dando fuerza de ánimo, entonces se dió cuenta de que era fuente de vida, no de destrucción de nada, que le ofrecían sus ojos. Fue saliendo de ese estado meditativo, sintiendo el fluir de su cuerpo, abriendo lentamente los ojos y viendo como esa mancha que lo cubría todo, haciendo la oscuridad absoluta, con su sonrisa de alma la fue disolviendo, no había fuegos invasores, las casas, coches, árboles, estaban en sus sitios con total naturalidad, estiró el brazo, avanzando, no encontró tope hasta que acarició un árbol.
Checafe