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Niñez

Fecha: 15 de Febrero de 2018

Un cuadro de una niña por los cincuenta

Ya a una le cuesta cuantificar el sentimiento en el presente de sucesos pasados, no te digo a la persona que escucha: se le hace difícil situarse en la tensión que requiere el revivir esas experiencias. Se trata de coser con puntadas, unas finas y otras gruesas, todo un relato que conmueve por lo narrado y lo sugerido; de transmitir hechos recordados hasta en los más nimios detalles, todo forma parte de momentos que significaron; que fueron base del carácter posterior y enseña de vida. Cómo una niña absorbe comportamientos que le serán referencia años más tarde, desde su endeblez enfermiza abre ojos y oídos a cuanto acontece cerca de ella, nunca mejor dicho, cerca de ella, puesto que apenas se movía del sitio asignado, el lugar al que le postraba la debilidad de su cuerpo. Eran sus padres los cercanos, casi las únicas personas con las que tenía contacto, a quienes oservaba, de quienes adquiría cunductas y maneras, en quienes confiaba y de quienes recibía todo el cariño y amor que ellos tenían. Ese alimento, lo recordaría siempre, fue el elemento sustancial primero, más que cualquier medicamento, refriega, juguete, que cualquier cosa... qué importante sentirse querida y respetada por unos padres humildes que se amaban. Pudo ser una niñez terrible, en gran parte lo fue, por la ausencia de ese lado salvaje de la infancia, ese zascandilear, curiosear, jugar hasta desfallecer..., pero se suplía gran parte por ser el centro y llama viva en un padre desvivido por su hija, entregado en cuerpo y alma en los momentos que sus tareas, que eran muchas, le dejaban estar con su niña. Hombre enamorado de su mujer, de la vida, sacrificado en su trabajo de sol a sol, y hecho a si mismo con mucho esfuerzo y tesón, tenía voluntad y temple para él y para regalar y ahí lo recogía esta criatura, de ahí amamantaba para hacerse fuerte años más tarde. La madre le ponía el cuidado extremo, demasiado extremo, temerosa de que los tiempos que corrían, hasta un mal aire se podía llevar a su ángel, su párvula del alma. Ama de su hogar y enamorada del hombre que era su esposo, sentía la maternidad desviviéndose por esa nena que quería que fuese gordita a cualquier precio, no soportaba que venciese la endeblez y la cebaba con todo lo que era lo mejor, no permitía florituras, le podía el miedo y siempre estaba atacando la posible flaqueza. Su amor era desmedido, hubo sus desatinos, pero la niña creció y espigó a su lado para orgullo suyo y del resto. Esa abnegación y entrega dieron a la criatura una base de consistencia, una razón de lucha, un convencimiento en causas espinosas posteriores, aún hoy esos fundamentos forman sus pilares, su fortaleza para enfrentarse a los avatares cotidianos, con sus enrevesados vaivenes en los que ha de moverse. Qué suerte y qué desgracia de niñez, lo primero es más auténtico, es el amor incondicional en la candidez primigenia, lo segundo es la reducción de vitalidad cuando esa misma es inmensa, sin fatiga posible, y resulta dolorosa. Hoy el recuerdo quizá suavice en el cuantificar del sentimiento, y quien lo escucha lo relaje aún más, pero es entraña viva que remueve los sentimientos en su profundidad.
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