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PAIS INVISIBLE

Aventura en lo recóndito

                                 Hijo de un pequeño pais, invisible en los mapas, que vivía en una aldea de casas construidas con árboles y barrro, los techos eran de ramaje denso, varias capas superpuestas,los suelos de tierra apisonada. Todo alrededor eran árboles y vegetación salvaje, salvo las parcelas que cultivaban; Había también una senda amplia y despejada para bajar al río cercano. El centro del poblado era una plaza circular desnuda que, en su diana, hacían una hoguera con troncos, donde preparaban comidas y calentaban agua, y que utilizaban en otras tareas. Por las noches recogían las brasas en cubos de barro cocido y les servía para calentar la casa en las temporadas de frío; cuando hacía calor, las trituraban sirviéndoles de abono de cultivos y árboles, además como un insecticida y contra otros depredadores de vegetales.

                                 Conocían muy bien el medio en el que estaban asentados, el uso de las plantas y flores silvestres para fines sanitarios, ornamentales, lúdicos, hasta espirituales; las diferentes maderas usadas para construir, crear útiles de trabajo, recipientes muy variados, incluso para trampas en la caza; elaboración, a base de hierbas y resinas, de camastros y hamacas colgantes, y vestimenta mínima, que es la que usan; preparados de venenos que aplican en flechas para cazar en las alturas de los árboles y, a veces, es antídoto de algún mal, que afecta a cualquier habitante de la aldea. Los animales domésticos llamaban la atención, eran de dimensiones reducidas: los cerdos, las cabras y los caballos, eran enanos, de buen caracter, abundaban más las cabras, aunque todos juntos no superaban la veintena y era fácil el mantenerlos y utilizarlos en diferentes tareas, servían como alimento y derivados: leche, quesos, pieles, huesos... . Son respetuosos con sus animales y con el resto, solo cazan para cubrir sus necesidades, talan por obligados requisitos, el río siempre cristalino con orilla despejada y un remanso donde darse chapuzones.

                                  Increible eran sus huertos por lo extraño de sus frutos, eran desmesurados. La dimensión del sembrado no era extensa, pero si bien cuidada y ubicada, limitada por estacas en sus cuatro lados; insólito eran lo que recolectaban: patatas como melones, maiz con panojas como medio brazo de adulto, cuatro calabazas, una en cada esquina del huerto, como casetas de perro, las pocas legumbres que tenían, aunque grandes, semejaban a las de otros lares. Eran tan fuera de lo común, que de ser conocidos, seguro que sería explotado en el resto del mundo. El mapa no daba cuenta de este pequeño pais, permanecía ajeno a civilización conocida, solo su transmisión oral, de generaciones, servía para que permanecieran en condición idílica. Sabían del mundo por ese hijo que un día se aventuró siguiendo el curso del río, dejándose llevar, desembocando en el mar, observando en el transcurrir, a hurtadillas, pueblos grandes, ciudades para él extrañisimas. Fue la mar quien le deslumbró, la emoción inmensurable lo petrificó, resbalaron unas lagrimas saladas que una ola tranquila recogió. Viendo esconderse el sol, inició el camino de regreso, rio arriba, rumbo a su aldea para compartir, en el redondel del patio, con todos los habitantes, su aventura.

 

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