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RURAL

Una posibilidad de vida rural dura y sentida

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Fumando con deleite, por más que haya voces en contra de los humos, mirando al horizonte quebrado, la silueta lejana de las montañas, ensimismado, sentía una calma dichosa. Se veía tan perteneciente a ese momento, en su insignificancia, que era capaz de seguir el vuelo de una mariposa y, explorar con ella, las flores y plantas que sobrevolaba. Recorrer la corteza del roble sobre el que estaba apoyado, y ver, en sus ranuras, las trabajosas hormigas subiendo y bajando, como soldados diminutos. Reìr, o sonreír, imaginándose figuras fantásticas con el tronco y sus ramas, como hace, otras veces, con las nubes. Era un momento de reposo, el día tiene muchas horas, en el discurrir de las faenas. Apenas despuntó el alba, ya estaba atendiendo a sus animales, esas bestias que forman parte de la familia, de lo necesarias que son. El mimo y esmero con el que trata a cada animal, se refleja en el trato que ellos le dispensan, se les aprecia esa alegría cuando él aparece por los establos y gallineros. Existe un mutuo reconocimiento de esfuerzos y agradecimiento. Había mamado eso de sus ancestros, hacer de sus tareas algo que le llenase, a pesar de sus muchos sinsabores. Podría ser esclavo de su trabajo y sentrise olvidado de la mano de Dios, en cambio, su entusiasmo le servía para sacar adelante las duras faenas. Conocía otras formas de vida, distintas a la suya, que resultarían tan plenas y satisfactorias, pero la suya no la cambiaba por ninguna otra. Se sentía libre viendo como llenaba los días con sus trabajos, con la vida familiar que habían establecido su mujer y él. Admiraba y amaba a su compañera, ella se entregaba a sus faenas domésticas con afán renovado cada día, siendo un hogar humilde, era más que nada acogedor, era su morada, y como tal, la mantenía armoniosa y cálida. Tenía la sonrisa amable de quién se siente dichosa, no era amiga de cuitas ajenas, con su marido y sus tareas, sentía que su vida era plena. La complicidad entre ellos hacía que el respeto y el amor se cimentara solidamente. En los momentos de recogimiento, íntimos, su comunicación era sincera, sacando palabras comprensivas para revisar el día que fue y preparar el venidero. Ella era más sensata, ataba muy bien los cabos sueltos que quedaban en sus conversaciones, de manera cabal, y él agradecía esa visión suya, como un don muy especial, que la vida le había regalado; estaba tan orgulloso de ella. No solo hacía las tareas del hogar; a veces, él no podía hacer algunos de sus trabajos por diferentes causas, y era ella la que se encargaba de que los animales estuvieran atendidos, los huertos recogidos y despachados. Su tesón era inagotable, claro que se cansaba, pero era mayor su capacidad de sacrificio, sin verlo como tal, se animaba a si misma pensando en la satisfación de vencer en la lucha diaria compartida. Sucedía algunas veces al revés, ella tenía asuntos que resolver fuera de casa, le llevaría casi el día, era cuando él ajustaba los tiempos para tener los quehaceres domésticos solucionados, le había enseñado todos los entresijos caseros y la forma más sencilla de llevarlos a cabo. La comunicación era el ramal vertebrador de su amor, del amor por todo lo que compartían, que era fruto de su esfuerzo común. De tarde en tarde, pero muy de tarde en tarde, les aparecían desavenecias, porque sus posiciones no cincidían, se malhumoraban, hasta se distanciaban, se mantenían alejados pero siempre estaba presente el respeto; unos tragos de aire puro paseando por la vera de los prados él, un sentarse en el balcón mirando el colorido del valle mientras las ideas van situándose ella, bastaban para que pronto sus ojos se encontraran y la comprensión los envolviera, para que sus manos se juntaran, sus cuerpos se estrecharan en un sentido abrazo y, serenos, el dialogo los llevara a esa capacidad de compenetración, y mirar en la misma dirección.                                                                            

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Eran pocas las necesidades que se habían creado, ella pintaba, en los escasos momentos que tenía para si misma, acuarelas, oleos, aunque también disfrutaba dibujando su entorno: vacas, gallinas, gatos, perros, paisajes... retratos de su marido, gozando ambos de esa magia, que le resulta, a él, imposible realizar. Aprendió, años atrás, a tocar acordeón; siendo un chaval, visitaba a un vecino, que en las tardes, sentado en el hórreo, esparcía las notas que salían de aquella caja de teclas y fuelle; había quedado fascinado, con ansias de aprender, a sacar melodías que repartiesen sentimientos a su alrededor. No eran muchas las ocasiones que podían disfrutar de tiempo de ocio, pero cuando así sucedía, era tiempo de celebración, sin ser señalado en el calendario. Es duro el trabajo diario en el medio rural, duro y sacrificado, alejado del bullicio, avances, comodidades, oropeles... de las ciudades, pero es satisfactorio cuando, a pesar de su dureza, se siente la satisfación de estar en el lugar en que la persona se siente latir, se siente vivir. 

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