Sentado en un parque leyendo
Hacía calor, los días soleados de primavera calientan, me senté en un banco de madera, en una pequeña plaza ajardinada. Saqué de mi mochila tabaco, papelillo, filtro, y me lié un cigarrillo. Llevaba un libro, una novela de Vázquez Montalbán, entré en mundos lejanos a través de sus renglones, Carvalho andaba por las calles de Bangkok, buscando el paradero de una mujer. Entretenido como estaba, tardé en darme cuenta de que se acercaban unos adolescentes, hablando muy alto, casi gritando, con euforia. Saltaban sobre los bancos, pisando los asientos, corrían por encima de las zonas ajardinadas, me miraban, yo los miraba, había cierto desafío, quizás esperaban una reprobación: su sangre joven, en primavera, busacaba un latido más salvaje. No salió de mi palabra alguna, solo un pensamiento de lástima bordeó mi mente. Fueron unos instantes de agitación, se fueron con sus voces y su "triunfo" calle abajo. La situación me llevó a pensar en cómo somos, porque yo también era ellos, o lo fui en otro tiempo y, el trabajo que cuesta entrar en un razonamiento lógico basado en el respeto. Respiré profundo para olvidar el suceso, pasé página y Pepe estaba preparando una receta culinaria, siempre me gustó de Montalbán que, en sus libros, describa como cocinar algo, con sus ingredientes definidos, sus cantidades y medidas, vamos, toda su elaboración.
Los pájaros cantaban, no se si buscando pareja o comentando entre ellos dónde había comida, o agua, o ramitas y barro para hacer sus nidos; eran ruidosos pero me agradaba el escucharlos, la metáfora de la vida volando y, a la vez, cantando. Me detuve en la lectura, pasando mi mirada por donde los adolescentes habían pisado el jardín, sentí pena por unas margaritas anaranjadas machacadas y otras hierbas quebradas; me dispuse a liar otro cigarrillo con parsimonia, venía caminando, para pasar a mi lado, un señor mayor, bien vestido y acicalado, me miró con aire superior, con cierto desdén; como yo estaba liando se imaginaría que era "droga", lo miré, también, con aire severo, siguió su camino rumiando alguna letanía. Qué fácil prejuzgar, juzgar, sintiédose en el lado correcto, en la verdad absoluta, seguro que no vió el libro, solo el maniobrar de mis dedos. Otra vez me quedé pensando en cómo somos, yo era ese señor, o lo seré más adelante y concluí que respeto no tiene edad, solo significado, es una realidad que aún está deficitaria. Cuantas veces, al cabo del día, nos lo pasamos por el arco. Escuhando a Biscuter me doy cuenta de lo ignorantes que somos y de las pocas ganas que tenemos de aprender. Cerré el libro, dejé a los pajarillos revoloteando al sol primaveral, deposité mis colillas en la papelera y me fui cantando, bajito, para mi, una canción de Los Delincuentes: " la primavera trompetera ya llegó..."
Checafe